Era un día frío. Las ventanas de mi espaciosa habitación se
habían abierto a causa del viento y una pequeña brisa intensa, acariciaba mi
cara. Me levanté de la cama para cerrar las ventanas, y al ver las hojas caer
de los árboles, me entró en el cuerpo una sensación de soledad. Una soledad
inexplicable.
Desayuné e hice lo que solía hacer en días fríos como ese:
aventurarme en la lectura.
Fui al sillón de cuero que hay en un rincón de mi habitación,
y escogí un libro ya empezado: La tortura
de Liz.
“La pequeña Liz sentía miedo al salir a la calle cuando las
temperaturas bajaban. En casa tenía visita, pero la soledad eterna se apoderaba
de ella.
Había entrado en un pequeño abismo, que ni ella misma podía
explicar.
Era pequeña, y no sabía leer, así que cogió un cómic. Natsu,
la protagonista del comic, se sentía aislada del mundo, solo por tener gustos
distintos a todos sus amigos. A ella le encantaba el manga, lo ‘anime’, y lo
‘otaku’. Básicamente las series japonesas de dibujos.
Su familia la quería un montón, y ella estaba encantada. Se
pasaba los fines de semana encerrada en su mundo japonés, pero al llegar el
lunes, y volver al colegio, la pobre Natsu, sentía que no lograba encajar con
nadie. A ella le gustaba la poca compañía, y cada vez le gustaba más la fría
soledad.
Liz se sintió identificada con esa chica y no quería parar de
leer. Le emocionaba”
A mí, me pasaba igual; Liz era única, igual que Natsu. Amaban
esa soledad que mucha gente temía, y
amaban tener un pequeño mundo cread solo para ellas. Ese momento de lectura se
me pasó increíblemente rápido. Era como si las páginas se pasasen solas y no
pudiera dejar de leer.
Pero llegó mi hermana, y se acabó la soledad que tan a gusto
me acogía, Cerré el libro y hasta que esa pequeña brisa intensa no vuelva a
acariciarme la cara en días fríos…, no sabré nada de la soledad de Liz y Natsu.
STEFFY LUCÍN
3º ESO B
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