Soplando
varias veces seguidas conseguimos por fin sacarle todo el polvo que tenía la
vieja cinta de vídeo que nos encontramos la tarde anterior, cuando estábamos
limpiando el desván de la vecina siniestra del segundo, hecho que nos ofreció
bastante dinero por hacerle varias tareas.
Introdujimos
la cinta en el aparato y, en el televisor que teníamos justo en frente nuestro,
apareció una especie de cortometraje ya empezado. Aparecían dos hombres, a los
cuales no se les veía el rostro porque llevaban puesto un par de pasamontañas
negros. Estos extraños hombres iban en una especie de furgoneta, con todos los
cristales tintados y demás detalles que hacían que el vehículo tuviese más mala
pinta de lo normal. Cuando la cámara, que no tenía una perfecta calidad,
enfocaba al parabrisas del coche, se podría apreciar que estas dos personas
tenían prisa porque iban a unas grandes velocidades. Era como si estuviesen
persiguiendo algo, o algo similar. Comenzaron los dos a hablar, pero no se entendía
nada. Hablaban tan rápido que no se distinguían las palabras, parecía un idioma
inventado. De repente, pararon en seco y salieron rápidamente de aquel
siniestro vehículo.
Sinceramente, mi primo y yo no entendíamos la
película, pero continuamos mirándola, concentrándonos aún más. Los dos hombres
entraron por la puerta trasera de un edificio. Todo estaba oscuro. No se veía
nada por ningún lado. Había momentos que hasta los hombres se perdían de vista.
Se escuchaba el sonido de puertas que continuamente se estaban abriendo y
cerrando. Los dos personajes iban pasando salas. De una sala a otra todo
cambió. Ahora se veía perfectamente donde se encontraban. Estaban en una
especie de escaleras de emergencia. Empezaban a subir y a subir y a subir. Se
veía que pasaban el primer, el segundo y el tercer piso, pero en el cuarto
pararon. Buscaron una puerta específica y la tiraron abajo. Era la puerta de un
piso, de un piso normal. Se sentaron frente a un televisor que había en un
pequeño salón y se quitaron los pasamontañas. Cogieron una cinta que estaba
cerca suyo y la pusieron en el reproductor de discos, después de soplarla
repetidas veces. La cámara que los enfocaba giró y, al verles las caras, ¡vimos
que éramos nosotros mismos!
RUBÉN GARCÍA FERNÁNDEZ
3º ESO B
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