lunes, 3 de noviembre de 2014

UNA CINTA BASTANTE RARA por Rubén García Fernández



Soplando varias veces seguidas conseguimos por fin sacarle todo el polvo que tenía la vieja cinta de vídeo que nos encontramos la tarde anterior, cuando estábamos limpiando el desván de la vecina siniestra del segundo, hecho que nos ofreció bastante dinero por hacerle varias tareas.

Introdujimos la cinta en el aparato y, en el televisor que teníamos justo en frente nuestro, apareció una especie de cortometraje ya empezado. Aparecían dos hombres, a los cuales no se les veía el rostro porque llevaban puesto un par de pasamontañas negros. Estos extraños hombres iban en una especie de furgoneta, con todos los cristales tintados y demás detalles que hacían que el vehículo tuviese más mala pinta de lo normal. Cuando la cámara, que no tenía una perfecta calidad, enfocaba al parabrisas del coche, se podría apreciar que estas dos personas tenían prisa porque iban a unas grandes velocidades. Era como si estuviesen persiguiendo algo, o algo similar. Comenzaron los dos a hablar, pero no se entendía nada. Hablaban tan rápido que no se distinguían las palabras, parecía un idioma inventado. De repente, pararon en seco y salieron rápidamente de aquel siniestro vehículo. 

Sinceramente, mi primo y yo no entendíamos la película, pero continuamos mirándola, concentrándonos aún más. Los dos hombres entraron por la puerta trasera de un edificio. Todo estaba oscuro. No se veía nada por ningún lado. Había momentos que hasta los hombres se perdían de vista. Se escuchaba el sonido de puertas que continuamente se estaban abriendo y cerrando. Los dos personajes iban pasando salas. De una sala a otra todo cambió. Ahora se veía perfectamente donde se encontraban. Estaban en una especie de escaleras de emergencia. Empezaban a subir y a subir y a subir. Se veía que pasaban el primer, el segundo y el tercer piso, pero en el cuarto pararon. Buscaron una puerta específica y la tiraron abajo. Era la puerta de un piso, de un piso normal. Se sentaron frente a un televisor que había en un pequeño salón y se quitaron los pasamontañas. Cogieron una cinta que estaba cerca suyo y la pusieron en el reproductor de discos, después de soplarla repetidas veces. La cámara que los enfocaba giró y, al verles las caras, ¡vimos que éramos nosotros mismos!

RUBÉN GARCÍA FERNÁNDEZ

3º ESO B

No hay comentarios:

Publicar un comentario