sábado, 3 de noviembre de 2012

PROSA POÉTICA por Ángel Miralles

Fue entonces cuando empezó a llover; pero no era una lluvia cualquiera, era una lluvia mágica, impalpable, tan sólo se podía ver y oír.
Fuimos avanzando por aquel camino, rodeados de árboles amarillos por todas partes. Todo era ocre. Incluso nosotros parecíamos salidos de algún tipo de serie de la cadena Fox. Nada era como debía ser. El camino no se acababa, se hacía más y más largo. Los animales que debían andar, allí volaban; y los que debían volar, allí, en contra del sentido común, andaban. Esto hacía que me preguntara cómo debían moverse en aquel mundo las ballenas y los delfines, o simplemente si allí existían.
Ninguno de nosotros sabía cómo habíamos llegado allí; tampoco sabíamos cuántos éramos, ni qué era aquel lugar. A veces todo era alegre, salía la luz del sol, o al menos eso parecía. Y, de pronto, todo se volvía gris, oscuro y taciturno.
Perdí la cuenta de cuántos días llevábamos divagando por aquellos senderos. De repente pensé que todo podía tratarse de un sueño, uno de esos sueños sin sentido, en los cuales todo cambia según tu estado de humor, y de esos que no eres capaz de recordar una vez despierto.
Sin percatarnos, alcanzamos el final del camino. He de comentar que en aquel mundo lo infinito no era realmente infinito, sino que acababa de repente, sin darte cuenta. Llegamos entonces a una especie de playa; pero el mar no estaba hecho de agua, estaba formado de lo que parecía zumo de limón. Comprendí entonces que aquello era un lugar creado por mí, por mi subconsciente, en mis sueños, pues la última noche que alcanzaba a recordar había bebido tanta limonada como mi garganta pudo tragar. De alguna forma, había creado un sueño desestructurado y sin sentido.
Fue entonces cuando empezó a llover; pero no era una lluvia cualquiera, era una lluvia mágica, impalpable, tan sólo se podía ver y oír.

ÁNGEL MIRALLES    CURSO DE ACCESO A GRADO SUPERIOR

No hay comentarios:

Publicar un comentario