jueves, 28 de marzo de 2013

EL ECO DE LA MONTAÑA por Ariadna Martínez Ramírez

Nos situamos ante una historia, cuyos protagonistas conducen sus vidas a través de una tenebrosa montaña francesa bañada de blanco y envuelta de un misterioso y húmedo viento de invierno.
Los tres protagonistas, tan solo ha pasado por este mundo una década, poseen rasgos islandeses: un pelo castaño con reflejos pelirrojos y la cara llena de pecas. Esta semejanza se debe a un factor hereditario de los habitantes de las montañas en las que nos encontramos. Dejando de lado la parte física, lo que sí tienen en común estos tres muchachos son las ganas de vivir, de descubrir nuevas cosas y de investigar cada rincón que les envuelve, como podría ser un gran espíritu libre. Pero, como es de buen saber, la curiosidad mató al gato.
Tanto Marcos como Alicia e Indira se pasan gran parte del día jugando por los alrededores de una casa muy aterradora, siempre sin tener en cuenta qué esconden esas húmedas paredes, llenas de inanimado musgo verde y ventanas rotas ante viento suculento. Pero hoy, curiosamente, ha aparecido un hombre mayor, y los tres han aprovechado para hacerle unas preguntas:
- ¡Señor, señor!-, exclamaban los tres.
- Díganme-, responde el señor con tono malhumorado.
- Solo queremos saber quién vive en esta casa.
- ¿Cómo os atrevéis a preguntarme eso? ¿A caso vuestros padres no os lo han explicado nunca?
- No, señor.
- En esta casa ya no vive nadie. Pero, hace mucho tiempo, vivía una mujer mayor con su esposo, el cual no trataba muy bien. Algún día debía pasar...-, susurra esto último en voz baja.
- ¿El qué señor?
- Ella murió ante terrible sufrimiento. Él la usaba de desahogo, maltratándola, golpeándola cada vez que llegaba ebrio a casa, y un día se le fue de las manos. Todos los que pasan por aquí dicen escuchar sus gritos cada anochecer y el susurro del viento golpeando fuertemente las ventanas del salón.
Nada más escuchar eso, los niños salen corriendo hacia la casa, y el hombre los persigue; abren la puerta y, cuando ya están dentro, se cierran. Ya no hay nada que hacer, queda el hombre fuera.
De repente, bombardean un sinfín de miradas que se cruzan entre ellos. No hace falta palabras, no hace falta ningún gesto, para saber que se acaban de sumergir ante lo prohibido. Sus ojos expresan miedo, algo absolutamente desconocido para ellos. Suena el reloj del salón, acompañado de temerosos y firmes pasos que hacen temblar sus oídos. Las ventanas rompen contra las paredes y el escalofriante viento baila junto a las cortinas. Ya no hay nada que hacer.
Marcos toma la iniciativa. Sube por las escaleras y Alicia e Indira, sin pensárselo, le siguen. Corren hacia la habitación, ven un reflejo en un espejo, una caja de joyas cae al suelo impregnada de sangre... Y chillan. Notan escalofríos en la nuca y un mal aliento sobre sus rostros; una imagen borrosa los acompaña, el espíritu de la señora ha llegado con ganas de manifiesto.
- ¿Que faites-vous ici?...
- Na..., na.., nada. ¡Nada, nada!
- Habéis venido a molestarme. Decidme qué queréis de mí.
- Tan solo queremos ayudarte-. Tiembla la voz de Irina.
- ¿Ayudarme? Nunca nadie ha querido ayudarme, tan solo deshojar mi vida; días oscuros caminan junto a mí.
- Nosotros podemos ayudar a encontrar su camino. Todo mejoraría si se va hacia otro lugar, la tratarán mejor y podrá alcanzar sus sueños.
La astucia de estos lleva a la señora a un estado de calma, donde se imagina libre junto a la felicidad. Les sorprende un destello de luz blanca que aparece al otro lado del pasillo y, acompañada por los muchachos, consigue alcanzarla. De repente, las arrugas desaparecen del hogar; se iluminan las paredes, techos, etc. Todo rejuvenece en el tiempo, como el claro reflejo del vínculo entre la señora y la casa.
Los muchachos se dirigen hacia la puerta que les había encerrado y, sin mirar hacia atrás, abandonan el mal sueño. Fuera, a pies de la montaña, deciden no contarle a nadie lo ocurrido. Ingenuos ellos de no ver que en la ventana seguía el reflejo de la señora, por algún motivo, tal vez en un futuro alguien descubrirá el porqué.

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